Millones de niños trabajan 12 y 16 horas en los albores del siglo XXI.
A un mundo que hace esto los politiqueros de turno lo llaman progreso o, simplemente, trabajo.
Hablemos claro: al final del siglo XX e inicio del XXI hay más de 200 millones de niños esclavos.
El imperialismo económico, bajo las maquilladoras palabras de economía de mercado, esclaviza niños y mayores, destruye la naturaleza o efectúa agujeros en la capa de ozono, lo que haga falta para multiplicar su poder.
Y no vale decir que se ama a los niños y no se lucha contra su esclavitud, porque sería mentir.
En la India entre un 5 y un 30% de los menores de 16 años, trabajan; en África, lo hacen más del 20%; en Iberoamérica, entre el 10 y el 20%.
La canallada de "necesitar" productos realizados con trabajo infantil crece cada día para las compañías transnacionales.
Desde los tiempos de la esclavitud, la vida en las plantaciones de café, té, azúcar o algodón, ha cambiado muy poco.
Miles de familias no salen de las plantaciones en toda su vida.
Las empresas multinacionales emplean en Asia, África o Iberoamérica la subcontrata para lavarse las manos y que sean otros los que esclavizan.
Las condiciones humanas, tanto de la infancia esclava como de la condenada a trabajos forzados por la miseria en que vive, no puede ser más salvaje. Un millón de niñas se ven forzadas a prostituirse en el mundo.
Shloca Maya, niña, 10 años, de Dhansar, Nepal, planta arroz ocho horas diarias. Cuando no es temporada de siembra, dedica 6 horas a recolectar madera, una de las tareas más odiadas por los niños.
El día empieza a las 5:30 de la madrugada. Comenzará el trabajo dando de comer a los animales. De 6:15 a 7 se dedicará a buscar forraje y pienso para las bestias, en lo que empleará dos horas. Comerá y a plantar arroz. Al atardecer recogerá agua y dará de comer a los animales.
Breve cena y a dormir a partir de las 8 de la tarde.
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